No te odio.
"No te odio", le dije para tranquilizarlo o quizás solo fue uno de esos actos fallidos que surgen espontáneamente en momentos importantes cómo cuando hay que conjugar bien los verbos o colocar metafóricamente las comas entre las frases para que la cosa no se malinterprete, y volviendo al punto inicial, en aquella búsqueda retorcida de los condimentos esenciales del odio, te veo como la causa principal, la que hace erupcionar la fórmula química, y me veo a mi, amando ver como eso sucede y nos sucede en la vida cotidiana, pues la verdad es que no te odio, o no tanto como en realidad quisiera, lo suficiente para olvidarte, o para olvidar el hecho de tener que recordarte las mil horas del día, despierta y aún somnolienta y se lo muy contradictorio que se vuelve todo ese rollo cuándo se quiere intentar odiar algo que en realidad se ama, porque admito que te amo fervorosamente o casi tanto como me apasiona decir esa palabra en momentos así, inéditos, como vos y yo.
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